miércoles, 29 de agosto de 2012

Pesadillas de niña

Cuando mi pequeña se despierta de madrugada
sollozando, nerviosa, sudorosa,
me siento impotente.
Quisiera apartar de sus noches los monstruos que tanto teme.
Entonces San Google me ofrece un recurso único:
el “Spray Antimonstruos”.
Las instrucciones son sencillas:
Comprar un bote pequeño, de esos que tienen pistolilla,
de los que se usan para bañar las hojas de las plantas.
Decorarlo con cuidado, a ser posible con tu hija al lado.
Dibujar, o mejor, que ella dibuje
el monstruo que tanto teme con rotulador perenne.
Cuando se termine la decoración, rellenar con agua
y con unas cuantas gotas del perfume de mamá.
Dejar al lado de la cama.
Rociar la habitación a la noche, cuando la niña pida su cuento.
Dejar el frasco al lado para que ella pueda disparar
a cualquier monstruo que ose en su cuarto entrar.
No olvidarse de contarle el truco.
“Todos tenemos miedo a los monstruos.
Pero lo que poca gente sabe,
es que los monstruos también tienen miedo.
Lo que aterroriza y hace huir a los monstruos
son las madres de los niños que duermen.
Si creen que en una habitación hay una de ellas, ni entran.
Por eso sólo aparecen cuando los niños se quedan solos.
Podemos engañarlos si nuestro cuarto huele como mamá.
Así, cuando nos quieran asustar, olerán,
y pensando que aún está la madre con la niña,
saldrán huyendo y no entrarán.”

lunes, 27 de agosto de 2012

Envoltorios con restos de comida

Siempre me ha sorprendido que en pleno siglo veintiuno
aún haya gente buscando en contenedores
envoltorios que otros desechamos pero que conservan
pegados en su interior, restos de comida.

Me cuenta una mujer llamada Carmen,
que cuando ella era apenas una niña,
tras la Guerra Civil, buscaba en las basuras,
en el Bario de Salamanca preferentemente,
mondas de patata, de manzana, de zanahoria
porque en Madrid no había nada si nada tenías.

Mi abuela me cuenta que ella tuvo más suerte.
En el campo, aunque nada tuvieras,
la solidaridad de los vecinos nunca faltaba.
Y no hay que olvidar que es en el campo
donde los agricultores y ganaderos trabajan.

Ayer a mi hija se le cayó al suelo su merienda.
Se llenó de tierra y lo tiramos a la basura.
Le compré algo que lo sustituyera,
y continuamos hacia el parque a pasar la tarde.
A nuestro regreso, la papelera estaba vacía.
O los basureros trabajan en Agosto a las siete de la tarde,
o nuestro sándwich ha tenido nuevo dueño.

Lamentablemente, esta vez no me sorprendió.
Simplemente constaté el hecho y lo anoté en mi memoria.

domingo, 26 de agosto de 2012

Pequeños placeres cotidianos

Me gusta coleccionar postales, especialmente escritas. Guardo casi todas las postales que he recibido, las que mis padres se escribieron, las que recibió mi tía Bego y ella me dio un día, las que compré viajando. Me gusta abrir mi caja de postales y emocionarme cuando cojo al azar cualquiera de ellas.

Me gustan los besos en todas sus vertientes. Los besos abrazados que me enseñó mi prima Susi, los besos con lengua que me da mi amor, los besos dulces con los que siembra mi hija mi rostro, los besos de bienvenida que me dan mis amigos y mis amigas, ese beso que dan antiguos amores y que sabe al colacao que ya no tomo, el beso de mi abuela con olor a bizcocho de manzanas reinetas, el beso de mi tía Julia con sabor a fotografías antiguas, los besos que me dan por carta que me saben a te quiero aunque ahora esté lejos. Me gustan hasta los besos que se pierden por el camino, esos que nunca nos atrevimos a dar pero que aún resuenan en nuestro pensamiento.

sábado, 25 de agosto de 2012

Pañuelos

Hoy el sueño ha faltado a su cita diaria.
Pienso en ti, y en cómo ponerle freno a los latidos que me roban la noche.
Camino del destierro busco en mi bolso el paquete de pañuelos que creo que puse allí ayer.
Parece que el polen empieza a molestarme aunque hoy no sea primavera ni yo haya tenido nunca alergia.
Una avispa pasa por mi lado y trato de andar más rápido.
Les tengo pánico.
El autobús me deja en medio de la autopista y cruzo rápido el puente de hierro huyendo del vértigo que me embarga.
Al llegar al otro lado, vuelvo a abrir el bolso buscando el pañuelo que no encuentro.
Reviso tus palabras mentalmente.
Las escritas. Las pronunciadas. Las calladas. Las pensadas.
Y sigue sin aparecer el paquete en mi bolso.
Si cierro los ojos tu mirada se clava en mí de nuevo.
Ni puedo ni debo juzgar.
Si lo hiciera yo sería la primera perjudicada.
Sigues doliendo.
En el Cercanías, cambio de estrategia.
Ahora busco las gafas de sol que camuflen el rojo de mis pupilas.
Disimuladamente, una viajera me ofrece un pañuelo de papel.
Gracias - le digo-. No encuentro los míos.
Esta maldita alergia me está matando.
La mujer me sonríe educadamente y se sumerge de nuevo su ebook negro.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Concurrencias cotidianas

Aún no ha amanecido.
Atravieso la ciudad por el subsuelo arrastrando mis sueños a cada paso.
Se cuelan en mi trayecto personas y personajes que no quiero ni puedo ignorar.
El jardinero que vigila que el aspersor no moje a los que madrugamos.
La chica que limpia la estación, con sus cascos y su saludo diario.
El señor con mono que siempre tiene la mirada triste y perdida en un periódico deportivo.
La joven con zapatillas en los pies que muda por zapatos más elegantes en cuanto dobla la esquina camino de su trabajo.
El chico que ha convertido la Castellana en oficina y cubierto de harapos, y descalzo, invierte su jornada laboral en hablar, o al menos tratar de hacerlo, con todos los que se crucen en su camino.
Los policías a caballo que parecen sacados de otro tiempo.
Las motos que florecen en la acera como las flores en primavera.
La sonrisa perenne de quienes me sirven café con leche desnatada.
Y la compañía diaria de quien trabaja en la misma moqueta que yo.

lunes, 20 de agosto de 2012

Y NO HAY MÁS QUE SENTARSE, Belén Reyes

Y no hay más que sentarse
y esperar que suceda.
Ponerle un bozal al corazón.
Meterte en los ojos dos esponjas.
Suturarte los poros.
Quitarle los bafles al deseo.
Dos tapones de cera en los oídos.
Un somnífero al sexo y una amnesia.
Tragarte los versitos.
Atarte las caricias.
La leche calentita…
y un peluche en el pecho.

Que conozco la copla…
Y no hay más que sentarse
y esperar que suceda…
Quien nos cubrió de besos
azules y promesas.
Quien abrió nuestro cuerpo
y nos sorbió la esencia.
Quien reprochó constante
nuestra muda presencia.

Quien nos amó a lo loco…
nos dejará a lo bestia.

Belén Reyes

Ponerle un bozal al corazón / Belén Reyes
Editorial Celya
ISBN: 84-96482-29-4